martes, 10 de noviembre de 2015

La historia del llanto solitario



Ella salía a caminar todas las mañanas porque necesitaba comprar cigarros y algunas veces comida, algunas veces además ella quería ver cómo se desenvuelven los árboles en esa cosa nueva que son las estaciones, otras veces quería ver si aún las personas responderían a su sonrisa. Ella se vestía de forma rápida y pasaba el cerrojo a la puerta como si aún viviera en la ciudad asesina, porque los asesinos vivían dentro de ella a pesar de la distancia y el mar de por medio.
Decíamos que salía todas las mañanas y también queremos mencionar que a ella no le interesan mucho los perros, sin embargo en sus paseos matutinos, pasaba siempre frente a una bella casa, con una bella reja, con un bello perro . El perro siempre lloraba desconsolado. Algunas mañanas ella hacía esfuerzos por no oír al perro, otras mañanas ella hacía esfuerzos por entender al perro, otras ella pensaba que debía escribirle un poema al perro, lo único real era el llanto del perro. Ella es una mujer de cosas constantes, repetitivas, no la sorprenden los relámpagos, sino la reiteración de la lluvia.
En sus pensamientos sufridos con respecto al aullido permanente había una sola convicción y era que tarde o temprano el dueño del perro se habría librado de él por el reclamo de los vecinos ante tanto alboroto trágico. Pasaron los meses y los árboles y las miradas y los paseos y los llantos hasta que un día ella recibió una lección del desconocido dueño del perro. En la bella casa, con la bella reja, no había desaparecido el perro, ahora ya no había un solo perro, sino dos. Ella sonrió porque por primera vez el perro no lloraba, correteaba y jugaba con el otro perro y se veían contentos.
Ella pasea ahora igual que siempre pero ya no hay llanto.
Ella aprende.



No hay comentarios.: