Vivir a la orilla del Adriático nos obliga a conocer sus vientos, esos que hacen que las aguas se levanten al punto de querernos entrar por las ventanas.
Visión magnífica y terrorífica.
Nunca sabremos si en su elevación, el mar busca salvarse o ahogarnos, tampoco entenderemos el lenguaje de los elementos, mezcla de silbidos que parecen gemidos y chapoteos que parecen suspiros.
Y al cabo de las horas todo pasa, pero no somos iguales, cada una de estas luchas nos ha fortalecido y debilitado, como debe ser, como la vida.
Respiramos y esperamos la nueva guerra, mientras la paz de las nubes y olas desaparecidas nos colma.