domingo, 26 de abril de 2015

Benny

Llamo a Caracas. Hablo con mi hermano. "¿Cómo estás?", le pregunto y me dice que me va a contestar como contestaba Benny, el técnico de la nevera: "Aquí, en este manicomio". Oigo a mi hermano reír y río de buena gana con él. Creo que ambos reímos para hacernos bien el uno al otro. 

La conversación sigue, hablamos acerca de las lluvias que tardan en llegar, del jardín, de mis poemas. Tranco el teléfono con la sensación de un abrazo. Así es el cariño ahora. Uno aprende a dar abrazos y a sentirlos casi como si fueran ciertos. 

Uno es mago de los cuerpos distantes. 

Pienso en Benny. Pienso que había olvidado a Benny. Benny venía a la casa a reparar la nevera y se traía siempre a Chopin, su perro. Chopin, era un boxer enorme que entraba a la casa con el bolsito de Benny en la boca y luego se echaba cerca de Benny mientras Benny arreglaba la nevera y conversaba conmigo, tomando café. 
Benny siempre me pareció un gran tipo. Honesto, tranquilo, sonriente, zen. Además confieso que me encantaba que anduviera para arriba y para abajo trabajando con su perro. Me decía que en las casas que no aceptaban a Chopin, él se negaba a trabajar. 

A veces las personas se disuelven en el recuerdo, pero luego vuelven y nos vuelven a enseñar todo lo que nos habían enseñado. 

Eso. Quería contar de Benny. Y de mi hermano. Y de Caracas. Y del manicomio. Sobre todo de la ternura.

miércoles, 15 de abril de 2015

Adriático my love

Describir el Adriático hoy supondría hablar de ternura. Mar pequeño y lleno de brío. Luego de toda la desolación invernal se presenta azul de un azul que es tan azul que es todo el azul del mundo. Se nos pone además frente a los ojos como algo muy transparente, puro. Como si el invierno nunca hubiera sido. Como si el invierno nunca hubiera sido.

miércoles, 8 de abril de 2015

Hielo

Otra vez estaremos en la punta del iceberg, pero no importa, las puntas de los icebergs nos dicen la profundidad de la sordidez, el hielo enorme que se esconde debajo de la superficie. Ayer me dijeron que un libro normal y silvestre en Venezuela cuesta una fortuna. (Yo ya lo sabía, yo sé todo, pero hoy lo escribo, que callar no siempre funciona). Un librito, un librúnculo, un pequeño libro de una pequeña edición, de las baratas, baratísimas. Esa persona que me dijo eso se fue a su casa sin el libro, pero sí con toda la tristeza. Saben, a Venezuela no la quiere nadie. Venezuela está llena de ladrones. Venezuela es un sitio de gente catastrófica, tierra asolada por bárbaros de maldad inflada y virtud minúscula, como el libro. Y lleno además de mentirosos, oportunistas, piratas, mediocres de todo tipo que creen que flotarán siendo perversos, pero que no se dan cuenta de que nacieron hundidos. Y bueno, sí, seamos polìticamente correctos, que si no nos guillotinan (una vez más)...no todos son así, hay venezolanos buenos, blablablabla. Claro que los hay, son, somos, fuimos, los que no pudieron, pueden, podrán comprar ese libro, ni ropa, ni medicinas, ni nada, ni desarrollarse, ni desenvolverse. Los tristes, los atracados, los desolados, los dignos, los que se asombran ante los precios, la escasez, las muertes, la dictadura, la esclavitud, los que aún no se pliegan o no se doblan del todo, los que saben que se les fue la vida a manos de los ladrones inmundos. "Además ya no hay cosas que comprar", me dirán. Es cierto. Lo dicho. A Venezuela, a ese sitio maravilloso no lo quiere nadie, salvo para la depredación. Eso pasa con la belleza. Los feos, los malos, hacen eso con la belleza. Los malos, los ladrones, no tienen nada, salvo lo que roban, igual no tendrán nada. Miserables.
Y no me reclamen que me fui, porque los malos hasta eso hacen, reclaman porque quieren seguir robando, hasta los huesos quieren. Me tuve que ir, que si no me mataban por fuera, como me mataron por dentro. Yo fui Venezuela, me defendí, con los dientes, con las uñas, con el cuerpo, con la cabeza, sobre todo con el corazón. A mí me depredaron, varias veces, yo ni sé cómo estoy viva y escribiendo. E igual parece que no hay mundo que te espere fuera de allí de donde vienes. Igual no hay sitio que quiera recibir tanto viaje sufrido. Que me salvó la poesía. Por ahora. 

lunes, 6 de abril de 2015

Pascua

La iglesia donde estoy tiene una acústica pésima y además el sacerdote es anciano y no tiene fuerza ni ganas de modular las palabras que ha repetido por cincuenta años. Entonces las cúpulas se chupan las palabras devolviéndolas hechas música extraña. No es ruido, es música extraña. Nosotros sabemos (más o menos) lo que está diciendo el sacerdote cuando alza la hostia, especialmente cuando alza el cáliz, la sangre. De todos modos nos perdemos en la figura del Cristo resucitado, es Pascua. Es justo que las palabras se disuelvan, eso somos, almas musicales que hablan. Al terminar la misa nos acercamos al santo con la flor seca en la mano. Sabemos también que la flor reflorecerá. Una de las cosas bellas de los milagros recurrentes es que nos dan confianza. Metemos la moneda en la cajita metálica, ella también suena y a los pies del santo se enciende la luz. Sabemos también que ahora el fuego se ha hecho luz eléctrica y fría en las iglesias. Las iglesias temen los incendios. Afuera llueve a cántaros. Salimos sin paraguas. Los poetas no usan paraguas. Va a ser de noche. Todo bien. Una lágrima con la lluvia. Siempre hemos sido agua. Todo bien.

viernes, 3 de abril de 2015

Too late, dear poet

El viejo Bukowski
escribe un poema
a los huesos
de una mujer muerta.

Le dice puta
(no faltaba más)
y le dice que fue la única
que lo comprendió
y le dice que la recuerda siempre.

Lo que recuerda son sus huesos.