La iglesia donde estoy tiene una acústica pésima y además el sacerdote es anciano y no tiene fuerza ni ganas de modular las palabras que ha repetido por cincuenta años. Entonces las cúpulas se chupan las palabras devolviéndolas hechas música extraña. No es ruido, es música extraña. Nosotros sabemos (más o menos) lo que está diciendo el sacerdote cuando alza la hostia, especialmente cuando alza el cáliz, la sangre. De todos modos nos perdemos en la figura del Cristo resucitado, es Pascua. Es justo que las palabras se disuelvan, eso somos, almas musicales que hablan. Al terminar la misa nos acercamos al santo con la flor seca en la mano. Sabemos también que la flor reflorecerá. Una de las cosas bellas de los milagros recurrentes es que nos dan confianza. Metemos la moneda en la cajita metálica, ella también suena y a los pies del santo se enciende la luz. Sabemos también que ahora el fuego se ha hecho luz eléctrica y fría en las iglesias. Las iglesias temen los incendios. Afuera llueve a cántaros. Salimos sin paraguas. Los poetas no usan paraguas. Va a ser de noche. Todo bien. Una lágrima con la lluvia. Siempre hemos sido agua. Todo bien.
1 comentario:
Qué bien... todo bien.
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