miércoles, 8 de abril de 2015

Hielo

Otra vez estaremos en la punta del iceberg, pero no importa, las puntas de los icebergs nos dicen la profundidad de la sordidez, el hielo enorme que se esconde debajo de la superficie. Ayer me dijeron que un libro normal y silvestre en Venezuela cuesta una fortuna. (Yo ya lo sabía, yo sé todo, pero hoy lo escribo, que callar no siempre funciona). Un librito, un librúnculo, un pequeño libro de una pequeña edición, de las baratas, baratísimas. Esa persona que me dijo eso se fue a su casa sin el libro, pero sí con toda la tristeza. Saben, a Venezuela no la quiere nadie. Venezuela está llena de ladrones. Venezuela es un sitio de gente catastrófica, tierra asolada por bárbaros de maldad inflada y virtud minúscula, como el libro. Y lleno además de mentirosos, oportunistas, piratas, mediocres de todo tipo que creen que flotarán siendo perversos, pero que no se dan cuenta de que nacieron hundidos. Y bueno, sí, seamos polìticamente correctos, que si no nos guillotinan (una vez más)...no todos son así, hay venezolanos buenos, blablablabla. Claro que los hay, son, somos, fuimos, los que no pudieron, pueden, podrán comprar ese libro, ni ropa, ni medicinas, ni nada, ni desarrollarse, ni desenvolverse. Los tristes, los atracados, los desolados, los dignos, los que se asombran ante los precios, la escasez, las muertes, la dictadura, la esclavitud, los que aún no se pliegan o no se doblan del todo, los que saben que se les fue la vida a manos de los ladrones inmundos. "Además ya no hay cosas que comprar", me dirán. Es cierto. Lo dicho. A Venezuela, a ese sitio maravilloso no lo quiere nadie, salvo para la depredación. Eso pasa con la belleza. Los feos, los malos, hacen eso con la belleza. Los malos, los ladrones, no tienen nada, salvo lo que roban, igual no tendrán nada. Miserables.
Y no me reclamen que me fui, porque los malos hasta eso hacen, reclaman porque quieren seguir robando, hasta los huesos quieren. Me tuve que ir, que si no me mataban por fuera, como me mataron por dentro. Yo fui Venezuela, me defendí, con los dientes, con las uñas, con el cuerpo, con la cabeza, sobre todo con el corazón. A mí me depredaron, varias veces, yo ni sé cómo estoy viva y escribiendo. E igual parece que no hay mundo que te espere fuera de allí de donde vienes. Igual no hay sitio que quiera recibir tanto viaje sufrido. Que me salvó la poesía. Por ahora. 

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