A Fabio LeopardiRecibo tu llamada.
Solo un tipo como tú llama él mismo, para decir que tuvo un accidente grave, solo tú dices que llamas para que no me angustie si alguien más avisa.
Casi te matas con esa moto, con Layla, tu moto con nombre de hembra islámica.
Siempre accidentes, la escena se repite impertérrita, tus hazañas, tus clínicas, yo.
Ayer te vi, en la cama, completamente indefenso y con una furia enorme por dentro.
La llamaste y ella no pudo venir, tenía demasiado trabajo, no había dinero, trataste de resolverle todo, maltrecho como estabas, no hubo nada que hacer.
Que rabia.
Te callaste con los ojos llenos de agua. Me observaste con tu mirada hinchada, morada, gacha, y me acordé de nuestras conversaciones interminables (a los 15). Cuanto dolor adolescente... (Vasco Rossi, cigarros, horas, compañia, certeza), estudiábamos a los poetas románticos y nos sentíamos reconocidos, aún sin estar conscientes. Imaginábamos suicidios ideales que le rindiesen tributo al heroico sufrimiento.
Probablemente ni te acuerdes...(yo creo que si).
Ya no hablamos de matarnos con nuestras propias manos, nos parece poco glamoroso, ahora buscamos métodos que dejen la posibilidad de la duda.
Me pides tu pipa. Te pongo el tabaco, sin preguntar, presiono. Fumas y cierras los ojos. Un segundo de bienestar. Te comprendo y siento que rellenaría pipas para ti por mil años. No puedes comer, te paso el terrible y blanco cereal de arroz y lo chupas con cara de desconsuelo, te entiendo de nuevo.
Me angustio pero en el fondo sonrío, porque sigues aquí, con tu dulce ironía, con tu fuerza intacta.
Siempre me leíste los poemas por dentro, antes de que los escribiera.
Siempre vas a ser tú. Mi gran amigo. Irrepetible.