lunes, 11 de marzo de 2019

Días de desgracia


Las conversaciones entrecortadas hablan de latas de sardinas, dólares, fogatas que cocinan pollos, madres perdidas, abuelos solos. 
Luego ya no se puede conversar, todo calla, los ojos nublados de lágrimas buscan la mudez en las últimas conexiones de los teléfonos muertos e imaginan la oscuridad.

Los puños se cierran.

Se respira y se enciende una vela inútil que jamás atravesará océanos y se calla.
Siempre supimos que el océano era demasiado grande. Se observa la cara silenciosa de la virgen iluminada. Madre ayúdanos, dice la plegaria absurda.

Resuenan las máquinas inservibles de los hospitales, los últimos respiros incrédulos. Ninguna muerte así se puede creer. Se cree. Se llora.
Se sigue, se sigue, se sigue, se sabe que el tiempo en esta desgracia también es una lucha, se sigue y se abraza la nada que somos, lo mucho que somos.
El hielo inexistente para la refrigeración de comida y medicinas cubre todos los corazones de las familias devastadas.
Se odia con la convicción de las cosas rotas y al mismo tiempo se ama con la convicción de la integridad. 
Así pasa la vida que decidieron para nosotros los cobardes que nos la robaron. ¿Pasa?

Luego, de la locura, surge la certeza interna y extraña que nos ha caminado adentro todos estos años y que nos dice de nuevo que los vamos a vencer, porque los cobardes saben matar pero no conocen la dignidad. El amor.

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