Escogiste a la diosa más bella y la pusiste de espaldas viendo una montaña de harapos. Y la cosa más sencilla sería que un día nos viéramos en Milán, donde te imagino, y me dijeras cuáles fueron todas las razones por las que lo hiciste. Quizás adquirirías la pose de la racionalidad que adquieren todos los artistas cuando se les pregunta "¿por qué?" y empezarías a decirme mil cosas todas lógicas, todas obvias. ¿Te has dado cuenta que los artistas hacen eso en las entrevistas? Se ponen serios ante las preguntas y buscan con los ojos hacia arriba dentro de su cerebro lo que no está en el cerebro.
En el fondo no quiero eso, Michelangelo. Quizás tu Venus es sólo otra de las Venus que han venido a mí en mi viaje poético, como la de Chauvet, que también está de espaldas y que yo había olvidado. Esa tiene 32.000 años allí y tiene estalactitas y estalagmitas en frente, los harapos de la cueva.
Lo ves, Michelangelo.
Lo ves, Michelangelo.
En el poema anterior concluí diciendo que no quería que me contestaras porque el arte no era para preguntar ni responder, sino para gozar, era mi cuerpo hablando. Pero ahora de nuevo estoy aquí para decirte que no, que lo que pasa es que tal vez nunca me respondas porque la que debe responder acerca de la Venus de espaldas soy yo. La razón que subyace detrás de la obra es lo más importante de la obra, dijiste en una entrevista que acabo de ver, (donde te vi buscando lo inefable en tu cerebro, como dije arriba), lo que la define y le da un lugar en el mundo. Fíjate que yo no sabía que tú habías dicho eso y tú no sabes de mi poema. Yo creo que es Venus la que sabe de los dos.
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