Tomar café en una cafeteria italiana es una experiencia visual, olfativa, táctil y gustativa, pero también auditiva. Ellos, los que preparan el café, vestidos de blanco, con sus delantales, hacen chocar las tazas y los platitos y las cucharitas. Fuerte, pero nada se rompe, nunca. Es como un ritual. Buongiorno, dicen, sonríen las más de las veces, te miran directo a los ojos y vuelven a la faena. Es todo como una especie de ruido musical que acompaña los sorbos. Luego están las voces y las hojas de los periódicos. Los italianos aún leen los periódicos. Los italianos y sus ruidos, sus sombreros, sus ojos profundos. Los italianos y su capacidad de desplazarse por los siglos, atrás y adelante. Aquí no se vive un tiempo lineal. Los italianos y su alma antigua. Ese viaje. Los italianos, tanta belleza.
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