sábado, 15 de marzo de 2014

El gigante de las ventanas 2

Ayer volvió el gigante de las ventanas a terminar de acomodar unas cosas que se le habían quedado pendientes desde diciembre. Se sorprende el gigante de que yo no esté molesta con él por el retraso, que yo no tenga quejas. No sabe que ya no me importa la diligencia, que ya no tengo urgencia, que las ventanas funcionaron perfectamente sin ese listón que les faltaba que las haría más lindas. Que del lugar de donde vengo la belleza es un lujo prescindible. Que vengo de un sitio de emergencias. 
Le pido que me instale unas lámparas que compré en ikea, baratas y bonitas, me dice que él no es electricista pero que lo intentará. Me pongo a montar las piezas mientras él termina las ventanas, una a una las encajo, todo perfecto, hasta he aprendido a ser buena con las manos. Nos reímos y la risa del gigante es gigante, cavernosa, segura. Es una risa que no conoce intemperie.
Creo que el gigante no sabe lo que es Venezuela, sabe que vengo de allá, pero para él Venezuela es como para mí Namibia. Ni idea.
Mejor.
Soy por pocos instantes una mujer que viene de un sitio que no existe. Ni existen los sufrimientos, los muertos, mi pasado, mi futuro que no sé.
Vemos el mar y el gigante dice que no cobra su sueldo hace tres meses, tomamos café. Se va.
Tengo las lámparas, tengo la luz y la sonrisa de Giulia.
Apagamos, nos dormimos. Hasta mañana.

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