lunes, 19 de diciembre de 2011

Gertrudis y la Navidad


a PV

Gertrudis chapotea entre los estands; tiene 76 años y calza 41; está un poco mareada, es gorda y también se maquilla mucho; sabe que no es hermosa pero eso ya no la inquieta, total nunca lo fue y la vejez vino a darle un toque de dulzura a su fealdad. Está buscando regalos para los nietos. Ha vivido muchas navidades y ya no se ilusiona con ellas, sabe de los empeños del mundo por hacernos creer que la felicidad está en las celebraciones, pero está decidida a inculcarle a los pequeños las tradiciones para que nunca se sientan solos a pesar del vacío. A lo lejos, en el barullo, ve a una muchacha que vende zapatos. La ve sola, cabeza en alto, abstraída. Se aproxima y escoge un par de sandalias y decide probárselas sólo para que ella tenga algo que hacer, para darle un premio a tanta dignidad; está decidida a comprar y a dibujar sonrisas.

—Calzo 41, hija, en este país de enanos es muy difícil conseguir mi número.

—Ay señora, sí. Nunca me llegan zapatos tan grandes, pero podemos probar con los 40, ¿le parece?

Gertrudis sonríe, se sienta y deja que le traigan todos los zapatos que existan, se los va probando despacio mientras se observa los pies ancianos y busca los ojos de la muchacha, la piedad en ella, está divertida.

—¿Cómo te llamas?

—Patrizia

—Qué lindo nombre, así con z, tz, se pronuncia tz, yo un tiempo tuve clases de italiano con una muchacha que era medio extraña, buena persona ella, pero un poco ingenua y era poeta, sí, obsesionada con la pronunciación, con el lenguaje, como si yo fuera a conversar con Dante algún día en el infierno o en el paraíso... Eran buenas las clases esas. Quién sabe dónde andará mi profesora etérea y si finalmente se habrá enamorado o se habrá muerto... Me llevo éstas —dice observándose las sandalias imposibles y viendo el medio talón sobresaliente—. Ah y me llevo también esta cartera.

Patrizia la mira enternecida y le dice que cree que esa cartera es muy grande y pesada para ella.

—Ay mi niña linda, a mi edad, ya los pesos no se sienten.

Ambas se ríen, Patrizia ya no piensa en vender, Patrizia piensa en Gertrudis.

—Vine a comprarle regalos a los nietos y mira con lo que salgo, vieja loca, dice sonriendo y se despide.

Al cabo de un rato Patrizia ve a Gertrudis de nuevo con un ramo de flores en la mano y flotando en el equilibrio precario de las sandalias y la cartera. La ve hermosísima, pero Gertrudis no lo sabe. Gertrudis tampoco sabe que aquella profesora de italiano es la hermana de Patrizia y que no se ha muerto y que ambas festejan la Navidad, juntas: una vendiendo zapatos que quedan bien aunque no haya el número y la otra escribiendo poesía, enseñando italiano y hablando con Dante en su paraíso de ingenuidad.

2 comentarios:

Ben dijo...

Hermoso...a Dante le gustan esos cuentos...

Cinzia Ricciuti dijo...

Dante debe estar feliz con Beatriz en el Paraíso.
Un abrazo, Benjamín.