¿Qué harían ustedes si en el centro temporal de sus vidas se encontraran en una selva oscura sin tener la más mínima idea de cómo llegaron ahí y aún peor de cómo saldrán?
Así empieza La Comedia de Dante Alighieri.
Quien está perdido en la selva es él y lo dice, o más bien lo escribe, y en sus tercetos se puede hasta respirar el aire pesado no sólo de la selva sino de su alma aterrorizada.
Sin embargo sigue su camino, los humanos casi siempre hacemos eso cuando nos perdemos, seguimos, confiamos en nosotros, en nuestro instinto, hasta en nuestro miedo y seguimos. Es como si un motor adentro nos obligara a no apagarnos, a continuar, a no darnos por vencidos.
Eso hace Dante y finalmente ve una luz.
¿Final feliz de la travesía inesperada y no planificada?
No, porque a pesar de sus esfuerzos y a pesar de ver la luz que no es más que la salida o la mejoría de su situación, se encuentra frente a frente con tres fieras, una más terrorifica que la otra.
Supera la primera, supera la segunda, pero con la tercera no puede. Es demasiado flaca, demasiado horrible, está demasiado hambrienta y con sus dientes y sus ademanes empuja a Dante de nuevo a la oscuridad de la que había logrado zafarse.
Es como si el destino final de aquel que se pierde fuera volver al sitio de su perdición.
Las fieras representan los pecados de Dante, de nosotros, de todos.
El poeta, débil y vencido, se parte.
Es sólo en ese momento en el cual pide ayuda.
¿A quién? No hay nadie allí.
Quizás todos hayamos vivido en algún momento esa soledad tan potente que sólo nos rodea de enemigos. Tal vez todos sepamos cómo pesa el mundo en nuestras rodillas que sólo quieren doblarse. Es curiosamente en esos momentos, en los que entendemos que solos no podremos salvarnos, que pedimos ayuda no sabemos bien a quién. Ese "no saber" se llama Dios.
Nos encontramos entonces en uno de los momentos más hermosos y conmovedores de este primer canto de la Comedia.
Aparece una sombra bella, Dante no sabe de quien se trata y sin embargo clama, clama, clama ayuda.
Resulta ser su maestro amadísimo, Virgilio.
Un gran maestro es más que un maestro. Es algo así como un padre, nuestra familia, aquello que admiramos, sobre todo aquello en lo que confiamos.
Virgilio con sus libros, con sus versos le enseñó a Dante que existen hombres confiables.
Empiezan el viaje juntos, porque como se descubrirá pronto, salir de la selva o más bien estar a salvo, requerirá un viaje más complejo del que se pensó, habrá que atravesar varias instancias, un Infierno en primer lugar.
Dante duda, pero no tiene mucha opción, así que se encamina tras su maestro, en el fondo sabe que estará a salvo.