Hay que escuchar los poemas del estómago.
Aprender a leer la náusea que nace de la maldad gratuita, la orfandad, la mentira, el desierto.
Hacerse cuerpo cuando el cuerpo se hace alma.
Mirar hacia abajo y sonreír a las voces que te inclinan hacia tu propia verdad y rebelarte siempre ante lo injusto que es la justicia de muchos.
No importa, tu estómago lo sabe, ese gran sabio, no temas.
Y luego, luego de que lo escuchaste, sanarlo, alimentarlo con nuevas flores, teñirlo de nuevos dibujos, verlo como se cura y continuar, continuar dulcemente, hasta que calle plácido.