sábado, 30 de agosto de 2014

Pequeña crónica de una bomba en una cena

"Mamá, vamos a devolvernos a Venezuela, por lo menos Maduro es mejor que los tipos del Isis". Esto aterriza en el plato de mi cena como una bomba de tristeza absoluta. Callo por un instante y luego empiezo mi discurso sobre la imposibilidad de que "los tipos del Isis" lleguen donde nosotras estamos, "tranquila, mi vida, Italia es un país muy fuerte, tiene un ejército enorme aunque no lo veamos, aunque nunca lo use". Mi respuesta quizás sea aún más triste. La guerra como única opción para sortear la amenaza y el miedo. Mil preguntas me asaltan. El apetito se fue. Dejo que pasen los minutos. Siempre dejo que pasen los minutos. En esos minutos que pasan siempre vuelve la poesía. Como he dicho en otras ocasiones la poesía es lo que tengo, además del amor. Los decapitadores siempre estarán por allí, con sus capuchas o con sus disfraces, con su maldad de la nada, del hueco. Nosotros seguiremos, sabiendo que no pertenecemos a ellos. Hoy en día, eso, sólo ese hecho, ya es una gran victoria.

Ya no tengo miedo

En este mundo de guerras
Me quedaré inmóvil
Observando la poesía pasar

Me quedaré con el amor
Que finalmente me abriga
Luego de una vida
De inviernos tropicales

Viví las nieves cálidas
Viví la mentira de un hielo disfrazado de fuego

Ahora no
Ahora
A pesar de las guerras
Aquí estoy
Entera

Contigo
Mi amor
Que me das el abrazo
De futuros en flor.

viernes, 15 de agosto de 2014

Pesca


I
Estamos en el muelle. Hay niños pescando de manera simple, con un hilo rudimentario, el anzuelo y gusanos. Intento no ver. Atardece. No me gusta pescar por juego. No tiene nada que me guste. Me dices que no me preocupe, que solo nos vamos a divertir, los vamos a sacar del agua, ver como se retuercen en el cemento y luego adentro otra vez. Eso te dijeron ellos.
Asiento con un gesto. Me resigno, hoy no voy a decidir, no voy a ir contra la corriente.
Me quedo. Empiezan a salir del agua, confusos, dolientes. Los niños ríen. Tu te ríes también, al principio, ya que todos ríen piensas que tu también debes reír.
Pero luego, parece que ya no hay tanta risa y te pones seria.
"Ellos no respiran aquí, mama?"
Corres hacia tus amiguitos.
"Vamos... vamos a tirarlos al agua de nuevo. Por favor".
Te miran como si fueras tonta. Son muchos los niños, muchos los peces. Tomas dos con tus manos, tratan de escapar, los aferras y lanzándolos vuelan y caen con gracia en su mundo. Libres.
Vuelves a mi y te sientas a mi lado a ver el sol.

II
Te digo que esa es la calle que mas amo en el mundo, al lado del mar, bordeándolo.
Entramos al sitio, pocas mesas, todo abierto. La orilla. Traen nuestros pescados. Comemos con las manos. Hay dos hombres en la playa, muy cerca de nosotros. Van a pescar para comer.
Lanzan los anzuelos con habilidad, esperamos a ver que pasa. Algo inmenso salta. Un enorme pez plateado. Tus ojos se vuelven grandes. Siempre se ponen así cuando ves algo que te fascina.
"Mama puedo ir?"
Te digo que si y saltas el muro, corres.
El pez está luchando y en la lucha comienza una danza nunca imaginada. Nos hipnotiza. Es hermosísimo. Lo logra, se escapa. Los pescadores maldicen. Nos reímos con gusto. Pasan los minutos y la escena se repite. Otro pez, otra danza. Sin escapatoria, esta vez. Todo sigue por varios minutos. Uno de los hombres debe entrar al mar y abrazar al pez. Siento que es una lucha digna. Está bien.
El trofeo sale del mar, cansado, casi no se debate.
El sol de nuevo en su sitio. Pegado al horizonte.
Llena de arena, vuelves, a terminar lo que quedaba en tu plato.
Nos quedamos en silencio, con nuestras sonrisas.