martes, 18 de diciembre de 2018

Catia


Como ya he contado otras veces soy de Catia. Es decir nací y viví mi tierna infancia en ese sitio alucinante.

Ayer me di cuenta de que vivía en la calle Argentina y que alrededor estaban la calle México, la calle Perú, la Avenida España y así. Puro mundo.

Además si te asomabas a la ventana (escondida de tus papás), veías el Bar Tovar, una especie de prostíbulo de donde una vez, a mis 3 o 4 años, vi salir a una negra monumental de unos 100 kg en pantaletas rosadas con faralaos. Reía fuerte en la acera. Aún tengo esa risa adentro.


Además mis vecinos eran raros, armenios, libaneses, portugueses, nosotros los italianos. Éramos todos raros. 
De ellos aprendí que las hojas de las uvas eran comestibles y que los cachitos de jamón con Rikomalt son el amor hecho comida.

Además vivía a dos pasos de la plaza Pérez Bonalde. 
En un país de próceres yo tenía a mi poeta. Sin saberlo. Nadie sabía, pero ahí estaba.

Un universo.
De ahí salí.

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