Esta mañana el alba me recibe con una foto de una mujer soldado golpeando ferozmente a una mujer en el asfalto. No digo nada, todo calla, no tengo con quién hablar, salvo con el mar. Ya no reconozco de qué están hechas mis lágrimas. Si tuviera que hablar de su composición diría que la ira es la sal que las condimenta. Una especie de receta extraña que ha dejado a la tristeza atrás. La tristeza se quedó en los poemas que no escribo, en las palabras que no pronuncio, en los ojos que miro en las fotos de las agresiones, de las protestas, en el espejo que me refleja cuando me atrevo a mirar.
En el centro de todo hoy está aquella mujer. Un despojo. Y la otra en el piso. Los golpes. Y todos nosotros en este vórtice.
No tengo conclusiones, las conclusiones nunca forman parte de las tormentas.
Pero si tengo deseos.
Ver las rodillas de los malvados en el piso, clamando por un perdón que nunca llegará.
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