Llega cansado, cansado, muy cansado. Es un gigante. Viene con su hija, me trae las ventanas. Sube, baja, sube, baja, por las escaleras. La mayoría de las cosas de la vida no cabe en los ascensores. Viene despeinado y poco abrigado. Me dice que mi casa está caliente, demasiado caliente. Yo siento frío. Creo que él también siente frío a pesar de lo que dice (sólo sentimos con nuestro cuerpo el cuerpo de los demás, por eso no nos creemos). La hija lo ayuda en todo, sí papá, ok papá, claro papá, y se ríe, está serena. Les hago café, hago que se sienten, que se sientan. Los dos ven el mar, el mar en esta casa es un imán de los ojos. Comemos panetón. Ya casi es Navidad. Tres horas de trabajo, él habla, habla, habla. Dice que ya no tendremos frío, dice que no entiende cómo hay tierras donde no hace frío, pero sigue diciendo que no siente frío, dice que yo siempre le digo que hace frío. Todo concluye. El gigante se llevará las viejas ventanas de madera. Las veré irse. Mil años de ventanas que sólo sirvieron en los veranos del pasado de mi familia. Me cuenta que romperán los vidrios y que la madera arderá para calentar a otra familia. Está bien. Otro café. Feliz Navidad.
1 comentario:
Linda crónica poética. Cálida, a pesar del frío.
Abrazos desde el otro lado del mundo.
Publicar un comentario