A veces los grandes amigos
desaparecen y
afloran los pequeños.
La pareja de mirlos en
sus conversaciones con el sol que nace,
los gritos contra el cuervo
que asecha a los polluelos,
gritos vencedores, siempre.
La planta de cala,
abandonada a la suerte del invierno,
que en los primeros calores
se viste con la blancura infinita de sus flores,
muchas.
Las pestañas de Giacinto,
que bailan en sus ojos curiosos,
cuando me habla y me narra el mundo.
Mi estatuilla de la Virgen del Valle,
con el Rosario del color de Venezuela
en su cuello.
Las fotos de los dientes sonrientes de Giulia
que muestran su nueva felicidad,
allá en Venecia.
Mis pequeños grandes amigos,
silenciosos,
mis grandes y enormes maestros.
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