Siempre Reverón
En ese tiempo
no tomábamos fotografías,
confiábamos en los ojos y el poder de la memoria.
No nos equivocamos.
Crecimos en un sitio constelado de palmeras,
los cocos eran meteoritos que calmaban la sed,
los troncos columnas torcidas que sostenían el cielo,
las hojas abanicos de gigantes.
Éramos pequeños en un mar peligroso
que nunca nos hizo daño.
Cuevas,
arena, erizos,
rocas,
calor.
Salvajes.
Fuimos hermosamente salvajes.
Niños dueños del mundo.
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