
De un tiempo a esta parte, al despertar, me toca hacer un esfuerzo para recopilar las imágenes del día anterior, las conversaciones que tuve, los rostros que vi, las locuras a las que me enfrenté. Me toca inventariar con fatiga aquello que constituirá mis recuerdos y definir a las personas que seguiré queriendo. Lo mismo me pasa con las actividades prácticas que me esperan, las clases, las lecturas, el mercado, lo que escribiré, lo que vestiré, lo que cocinaré. Es como si mi agenda mental se hubiera diluido. Todo esto sucede en el espacio del microsegundo que va desde el dormir al despertar, en ese instante en que flexionas las rodillas y lanzas las piernas a tu derecha para apoyarte en el piso. Por el momento no he dudado que haya piso y eso es ya una victoria. De mi futuro ni hablar...él o su posibilidad se asoman sólo luego de la primera taza de café. Quizás eso sea la soledad, la construcción consciente de la vida después del café.