
Locura y Destino se tomaron de la mano y salieron a pasear un día.
Vieron lluvias de sal en relojes de arena, dunas adornadas con corazones de hierba, mujeres aún más locas que Locura, niños pequeños, sábados despoblados, cortinas cerradas, bocas desdentadas, metales líquidos, ángeles terribles, caderas danzarinas, vampiros envidiosos, tiburones protectores, ojos en fuga.
Locura y Destino, temerosos y listos, se buscaron y se besaron, primero el cuello, luego las lenguas, luego los párpados, las orejas, los mentones y así, así siguieron.
Locura y Destino se olieron.
Supieron de conclusiones, armaduras, pulsiones, culpas, filosofías, vuelos, poemas, rechazos y fusiones.
Pero Destino un día muy triste se fue.
Locura, furibunda y llena de lágrimas, empezó a tejer su tela de estómago vacío.
De tanto llorar casi alcanza la cordura, casi deja de ser ella.
Pero Destino volvió, justo a tiempo para la alegría, volvió.
Ese día Locura y Destino se supieron imposibles, se intuyeron inevitables.